martes, noviembre 18, 2008

Me he colgado allí en Saturno

Enrevesado entre las lunas de noviembre que se escurre gota a gota, noche a noche acostumbrando a mirar un poco más al cielo, no tanto dentro mío, distrayendo. Porque me he colgado allí en saturno, tal vez, donde creo que todo lo puedo. No me ha ido mal, si no bajé los brazos para volver a abrazar -a veces- o extender la punta de mis dedos y acariciar, hasta que suba la marea amenazante, las olas punzantes, tal vez cansadas de desafiarlas, de que quiera conocerlas y me acepten en su entraña; pero mi instinto de viejo marinero ya me avisa, levo anclas rumbo al puerto a esperar por esa calma. Ese día no podré salir a navegar, tal vez otro sí. Pero siempre es ese mar el que me llama, naufragado he terminado alguna vez, y reincidente de las aguas, sumergido entre el azul, aprendí a nadar hacia las playas, donde me siento en la arena y hablo con ella, con la mar, que me cuenta con palabras que allí, entre las rocas, está mi lugar. No la escucho porque al tiempo me aventuro a desafiarla, recorrerla con las velas en alto, me sonríe cuando llego y tiempo al tiempo, ya me envuelve, hasta que despierta de mis magias -algo sé, algo tengo- y rechaza mis tontas palabras.

Yo quisiera. Yo quisiera que este barco ya se eleve a las estrellas, y no extrañar la miel oscura, amanecer en su bravura, anochecer entre su piel. Yo quisiera no soñar como Saturno, y pasear por los rincones de una idea, y llevarla, por qué no; yo quisiera comprender lo que me falta, o asumir que ésta alma es de navegante, y sólo quiere ver el mar.

jueves, noviembre 13, 2008

Ella es el eclipse de todas las cosas


Ella juega en la espuma de los mares del alma, mientras el tiempo separa lo real de lo irreal. La marea la abraza, hacia aquí y hacia allá, la mece en un sopor de escenas lejanas y sensaciones nuevas, u olvidadas; reflejos latentes de lágrimas que espera no vuelvan, que sabe él no traerá.

Él es día y noche, del azimut al cenit, de nuevo al horizonte, y nadir a veces espera, en los ojos de ella su imágen. A veces nadir, sonríe cuando la encuentra, como el sol y la luna, o ambos al mismo tiempo.

Ella es el eclipse de todas las cosas, lo hace vibrar y resalta su aura, que brilla en colores que sólo contemplan los ojos del ser, en calma, calma.

Él es el que peregrina por sus sonrisas, buscando un lapso de tiempo infinito, que sea tan puro como el agua de la montaña bajando por las vertientes, limpiando temores, transparente.

Ella es el miedo a perderla o perderse, el alba que trae un suspiro y el viento, que empuja a vivir cada día, cada noche, que ayuda a esperar en silencio o en risas, incita a surgir de la nada a la gloria y mirar, ver, descubrir qué mas hay en su misterio de mujer.

Él es también la savia del arbol, que cae y da vida a ilusiones de hojas, palabras y lápices. Que suena en las ramas de algún pensamiento, tal vez prolifere y crezca hasta el cielo, tal vez derroche sus fuerzas en vano; sabe que nunca cejará en esfuerzo.

Ella es el fuego que incendia el deseo. Consuma a su tiempo cada caricia, avanza imparable cuando se decide, arbitra el destino desde la punta de sus dedos, hacia los de él. A veces espera la brisa que sopla, que él está descubriendo, para encenderse y brillar, ser luz en las sombras, arder en pulsiones que los dos ingenian, un plan de improvisto, de palabras al oído y sonrisas cómplices, abrazos y manos que van, de aquí para allá, como la marea; ella es el fuego en la marea que nace del centro del alma, él es el leño para que arda, el barco para que navegue.

Ellos son dos que navegan y arden. Todos los días se incendian y viajan. Todos los días su eclipse aparece, resplandeciente y misterioso. Todos los días el agua fluye, el fuego quema, el viento sopla. Todos los días él la mira, la piensa, le habla, y sonríe.

domingo, noviembre 02, 2008

Un día a la vez


Camina conmigo, un día a la vez, que mañana será otro y eso no importa, o no importa tanto, si hoy puedo adormecerme en tus ojos de amanecer sobre el mar, de islas lejanas donde te imaginé feliz, y triste y feliz fuí yo también al ver tu sonrisa sobre el agua azul. Camina conmigo, que nadie nos corre, yo cuidaré de tus manos con las mías, mientras surco tu suave piel, una y otra vez serán milagros los que harás sobre mi ser, una y otra vez volveré a intentar lo imposible y algo más, sólo para poder oírte hablar de cielos, aguas, colores y de esas hermosas maldades, mientras espero y busco esa sonrisa contagiosa, cómplice, que allí, ya la veo naciendo en la comisura de tus labios, nuevamente. Viaja conmigo, a dónde no sé, hoy estamos aquí, pero iremos donde nos lleve el viento que mueve tu pelo, que fluye y me hipnotiza tras tu mejilla, por allí voy yo perdido ya, mis dedos extraviados en ésa locura deliciosa que es enredarlos suavemente buscando no sé qué, pero lo sé. Cuenta conmigo, para lo que quieras, seré fuerte cuando deba serlo si el mañana asoma oscuro, seré dulce para acunarte mientras la música en la radio te envuelve, mientras miro tus ojos cerrados, vigilo tu sonrisa intacta, yo también sonrío porque aquí estamos, hoy, un día a la vez.